Una aproximación rápida a la Teoría de la Carga Cognitiva y la importancia de tomarla en cuenta para los procesos formativos virtuales

Foto: Will Wright



En la migración de procesos formativo presenciales a procesos formativos virtuales, muchos centros educativos y docentes están comentiendo un error que puede perjudicar irreversiblemente la motivación y la educación de sus estudiantes. Al asignar una excesiva cantidad de tarreas a los aprendices, saturan el proceso, sobreexigen a los estudiantes y consumen todas sus energías al someterlos a un proceso acelerado de horas y un estrés continuo que dificulta su aprendizaje impidiéndoles aprovechar adecuadamente los contenidos.

El aprendiaje es un proceso cognitivo dinámico en el que intervienen muchos factores internos de la persona y externos de su contexto. Es obligación de los educadores tomarlos siempre en cuenta y configurar situaciones que favorezcan el aprendizaje de sus estudiantes. Y para ello cuentan con la formación profesional y la información científica suficientes para comprender el proceso e intentar mejorarlo; no hacerlo sería una contradicción imperdonable.

Por lo tanto, todo educador, y todo planificador del hecho educativo, debería conocer y aplicar la Teoría de la Carga Cognitiva. No como una fórmula mágica y estática de uso estándar, sino más bien como una guía de consulta que le muestre un marco conceptual claro para orientar su trabajo, siempre en beneficio del estudiante y su aprendizaje.

Como indica Andrade-Loreto (2012) en su artículo de revisión Teoría de la Carga Cognitiva (Sweller, 1994), ésta busca alinear el diseño instruccional de los materiales educativos con la Arquitectura Cognitiva Humana de los sujetos en aprendizaje. Su premisa fundamental es que la memoria de trabajo de los sujetos se ve limitada cuando ellos se enfrentan a nueva información, lo que implica que su aprendizaje puede verse comprometido o reducido si ese nuevo material sobrecarga a esa memoria de trabajo. Además, sólo si la actividad mental del sujeto puede relacionar la nueva información con los esquemas mentales preexistentes en su memoria de largo plazo, ésta podrá ser adquirida o fijada (Clark & Mayer, 2007; Mayer, 2005).

En otras palabras, la carga cognitiva es “la carga que el desempeño de una tarea particular impone sobre el sistema cognitivo del aprendiz” (Paas, Tuovinen, Tabbers & van Gerven, 2003). Los educadores, diseñadores instruccionales y, en general, los planificadores de la enseñanza deben también tener muy en cuenta los tipos de carga que pueden afectar el desempeño de los estudiantes. La primera de ellas es la carga cognitiva intrínseca, relacionada con la complejidad inherente de la tarea y el nivel de experiencia que posee el aprendiz sobre esa tarea o su naturaleza. La segunda, es la carga cognitiva extrínseca, representada por la carga innecesaria que satura, agota y entorpece la memoria de trabajo. Y la tercera, la carga cognitiva relevante, la responsable de contribuir con el aprendizaje, la que favorece procesos cognitivos adecuados como las abstracciones, las elaboraciones y representaciones que agilizan el proceso cognitivo de los estudiantes y que beneficia la construcción y automatización de esquemas.
"Como la memoria de trabajo es limitada, un exceso de carga cognitiva es perjudicial para el aprendizaje. Por ello, los materiales instruccionales deben ayudar a reducir la carga cognitiva."
Es muy impotante tener en cuenta que la tecnología es sólo un recurso mediador, que por sí misma no representa ninguna ganancia. Es decir, "usar la tecnología solo por incorporarla al aula no conlleva ningún beneficio" (Paas, Tuovinen, Tabbers y van Gerven, 2003; Sweller, 2008).


En ese sentido, conviene recordar a educadores, diseñadores, planificadores y directivos de centros educativos públicos y privados su responsabilidad ulterior. Debemos llamar su atención para recordarles que hay algo mucho más valioso y más importante que el mero cumplimiento de los contenidos programáticos: el futuro del país. Entendemos que el funcionamiento y sostenimiento de un centro educativo reviste de gastos operativos que deben ser cubiertos por el pago de la matrícula de las familias que les han confiado la educación de sus hijos, pero esto es sólo un aspecto secundario cuando se lo compara con la trascendencia de la calidad de su trabajo formador.

Simón Menéndez lo dice claramente en el Sentido de aprender:
"El aprendizaje es la base sobre la que las sociedades construyen su futuro. Un futuro mejor, más justo, solo puede ser construido por personas que han aprendido a ser agentes de cambio desarrollando su aprendizaje de forma integral."

Es tiempo de acelerar el paso hacia una genuina educación de calidad, una educación en la que el foco esté en el estudiante como sujeto capaz de desarrollar autonomía y sentido crítico, favorecido por un docente que lo acompaña, que comprende su realidad y dosifica la complejidad del proceso formativo del que participa y forma parte importante. Como sostiene Menéndez, debemos innovar con sentido. Y si no, ¿para qué sirve la educación? Una educación de calidad y holística «requiere dejar un modelo basado en enseñar y avanzar hacia uno cuyo foco se encuentra en aprender».

¿Qué hacer entonces? Lo primero es adoptar un modelo educativo que privilegie el aprendizaje activo y que trate con dignidad al estudiante por ser humano y por ser persona en formación. Todo niño, niña y adolescente tiene derecho a una educación de calidad que le permita desarrollar sus potencialidades en un entorno de enseñanza que le ayude avanzar de acuerdo a su ritmo. Y todo educador tiene la obligación de crear situaciones que le proporcionen experiencias de aprendizaje satisfactorias. Un modelo que beneficie a los aprendices y que también facilite el trabajo de los propios docentes. Al final estos niños, niñas y jóvenes serán los agentes de cambio que con desesperación anhelamos hoy.

En otras palabras, la transición de procesos formativo presenciales a virtuales debe hacerse con racionalidad pedagógica. Concebir una estrategia en la que se diseñen actividades adaptadas al nuevo entorno virtual y las exigencias que éste impone tanto a estudiantes como a docentes. El error que más se está cometiendo hoy día es la realización de videoconferencias para dictar las clases en tiempo real como si se estuviese en el aula presencial. Esto, además de innecesario, es contraproducente por la carga cognitiva que genera. Considerando que los estudiantes de secundaria y universidad cursan en promedio cinco asignaturas, que en cada una se les asigna entre cuatro y seis tareas diariamente. Carece de sentido obligar a los estudiantes a estar en vivo en una clase unidireccional que perfectamente puede realizarse en modo asíncrono y de manera más interactiva. Puede, por ejemplo, trasladarse a un foro virtual que dure entre tres y cinco días, siempre con el acompañamiento del docente y generando intercambio entre los estudiantes. Y si es estrictamente necesario, realizar no más de tres videoconferencias en el semestre de retroalimentación y reforzamiento.

Por lo tanto, conviene dejar aquí un conjunto de recomendaciones pertinentes que ha realizado el profesor Ken Bauer en el webinar ¿Cómo cambiar tu curso presencial a virtual con herramientas abiuertas?:

  1. Sea empático
  2. Disminuya el tiempo de trabajo síncrono
  3. Aplique aprendizaje invertido
  4. Aplique reforzamiento positivo
  5. Dosifique o planee la clase por segmentos
  6. Diseñe formas holísticas de evaluación
  7. Use la tecnología que tengan disponibles la mayoría de sus estudiantes
  8. No obligue a sus estudiantes a usar sus cámaras
  9. No imponga un sistema de videoconferencias
Recuerde que su labor como pedagogo es lograr que sus estudiantes desarrollen las competencias esenciales y que lo hagan de acuerdo a sus intereses y sus ritmos, y que lo disfruten. La nueva realidad educativa que ha provocado la pandemia implica que usted debe afrontar también con nuevas formas.

Sobre todo, sea siempre un educador coherente.

Comentarios